DISCURSOS — DG NGOZI OKONJO-IWEALA

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Excelencias, señoras y señores:

Gracias por acompañarnos hoy en este simposio. Nuestro tema no podía haber sido más oportuno ni más decisivo.

Permítanme empezar diciendo que, como siempre, es un placer estar aquí con mis homólogos, el Dr. Tedros y Daren, y reconocer la excelente relación de trabajo entre nuestras tres organizaciones.  Nuestra larga colaboración da fe de la determinación que compartimos de trabajar juntos para aportar soluciones a los retos a los que se enfrentan las poblaciones de todo el mundo.

Por ese motivo, este año hemos optado por tratar la compleja relación entre el cambio climático y la salud pública. 

Los hechos son preocupantes.  El cambio climático ya está teniendo efectos sobre la salud mundial.  El calor intenso por sí solo tiene consecuencias devastadoras en las poblaciones, y esta situación no hará sino empeorar en los próximos años. Además, el aumento de las temperaturas hace que los portadores de enfermedades infecciosas amplíen su ámbito geográfico, creando nuevas amenazas.  Ya hemos visto casos aquí en Europa de transmisión local de dengue, supuestamente una “enfermedad tropical”. Los cambios en las pautas meteorológicas repercuten en la producción de alimentos en todo el mundo y ponen en peligro el acceso a agua potable. Conforme a las previsiones, entre 2030 y 2050, el cambio climático no controlado causará 250.000 muertes adicionales al año como resultado de la desnutrición, la malaria, la diarrea y el estrés térmico, según la OMS.

La infraestructura sanitaria en gran parte del mundo ya está sometida a presión, como vimos durante la pandemia de COVID-19. Los fenómenos meteorológicos extremos, las migraciones provocadas por el clima y otras conmociones están agravando la situación, a la vez que el endeudamiento y la ralentización del crecimiento económico limitan la capacidad de los Gobiernos para invertir en sus sistemas de salud.

Los riesgos interconectados que pesan sobre el bienestar humano y la sostenibilidad exigen respuestas interconectadas.

Nuestras tres organizaciones deben aprovechar plenamente los instrumentos de política que tenemos de manera coordinada y pragmática para contribuir al logro de los objetivos que compartimos.  Nuestra cooperación trilateral pone de manifiesto las complementariedades de los nombres y mandatos de nuestras organizaciones: “el comercio” y la “propiedad intelectual” son los medios para lograr el fin, que es la “salud”.

A medida que los cambios en el clima alteran la propagación de las enfermedades infecciosas y generan nuevos patógenos, tendremos que responder con innovación y acceso equitativo.  Durante la pandemia fuimos testigos de innovaciones increíbles.  Pero también observamos desigualdades muy preocupantes en cuanto al acceso a nivel mundial. 

A menos que empecemos a actuar ahora, las comunidades que quedaron relegadas al final de la cola para acceder a las medidas de lucha contra la COVID-19, igual que había ocurrido con los medicamentos contra el VIH/SIDA una generación antes, podrían acabar enfrentándose a nuevas cargas sanitarias sin la infraestructura y los recursos necesarios para ello.

Las repercusiones económicas y sociales del cambio climático son intrínsecamente desiguales. Los países que menos han contribuido a causar el problema se encuentran entre los más afectados por sus consecuencias, y la comunidad internacional todavía está muy rezagada en cuanto a proporcionar a los países pobres un apoyo adecuado para financiar la lucha contra el cambio climático y las pérdidas y daños conexos. No es difícil observar cómo los efectos en la salud relacionados con el clima podrían acabar agravando y afianzando estas desigualdades. Por lo tanto, hay muchas razones para trazar un mapa de la escala y el alcance de todo el conjunto de retos en materia de política para empezar a pensar en cómo podrían ser unas respuestas de política integradas.

Como nos ha enseñado la experiencia de la COVID-19, una cosa que tienen en común la salud pública y la respuesta al cambio climático es que las respuestas de política nacionales aisladas y atomizadas son inútiles. La acción por el clima solo es eficaz si es colectiva y, si no se hace frente a las crisis sanitarias en algunos países, en última instancia estas pueden representar una amenaza para todos los demás. La cooperación es, por tanto, la mejor manera de que las naciones logren sus propios intereses.

La política comercial desempeña un papel fundamental a este respecto.  El comercio es un instrumento fundamental para difundir la tecnología verde y reducir el costo de la descarbonización, igual que fue una fuerza indispensable para aumentar la producción y distribución de suministros médicos, incluidas las vacunas, durante la pandemia. En la Duodécima Conferencia Ministerial celebrada el año pasado, los Miembros, reconociendo este último aspecto, hicieron de ello un instrumento concreto, al acordar una declaración sobre la respuesta a la pandemia. En ella se comprometieron a mantener en funcionamiento las cadenas de suministro y a actuar con moderación al utilizar restricciones al comercio de productos importantes para la vida y la salud.

Como todos ustedes saben, en la OMC también hemos estado tratando cuestiones sensibles en torno a la propiedad intelectual y la transferencia de tecnología. Para resolver los problemas relacionados con la salud pública y el clima, es preciso incentivar, inventar, desarrollar y difundir ampliamente tecnologías de vanguardia. La innovación y el acceso deben ir de la mano. Por esa razón, el sistema de propiedad intelectual se concibió teniendo como ideas centrales el equilibrio y el interés público. Los Gobiernos gozan de margen legítimo para intervenir cuando sea necesario para proteger el interés público, un principio fundamental que se aclaró de manera útil en una decisión consensuada en la CM12. El sector privado puede establecer nuevas asociaciones de forma proactiva y encontrar nuevas formas de conceder licencias para tecnologías, y vemos con satisfacción los progresos conseguidos a este respecto durante la pandemia. También ha habido iniciativas alentadoras, como el centro de ARNm en Sudáfrica, basadas en la labor de organizaciones existentes, como el Banco de Patentes de Medicamentos.

El debate sobre la dimensión de la propiedad intelectual prosigue en diferentes formas en las tres organizaciones. Este debate es importante, aunque a veces polémico.  Sin embargo, lo que en última instancia cuenta es la capacidad y la voluntad de los Gobiernos nacionales de utilizar los instrumentos disponibles con la mayor diligencia y eficacia posibles.  Podemos elaborar un conjunto de instrumentos excelente aquí en Ginebra, pero los resultados en el mundo real para un acceso mejorado y equitativo dependen de la manera en que los Gobiernos los utilizan en sus países.  Por ello hemos reafirmado nuestro compromiso con la OMS y la OMPI de intensificar el apoyo a los países en desarrollo para que analicen sus opciones de utilizar las flexibilidades previstas en el Acuerdo sobre los ADPIC y establezcan mecanismos eficaces en sus leyes nacionales, y para que complementen su utilización con programas de contratación mejorados.  Permítanme subrayar que muchos Gobiernos de países en desarrollo aún no han puesto en marcha los mecanismos o instrumentos jurídicos que permiten la utilización de las flexibilidades existentes o futuras. Ahora que los efectos del cambio climático sobre la salud son cada vez más palpables, es el momento de prepararse. Aliento encarecidamente a los Gobiernos Miembros a que hagan uso de la plataforma de asistencia técnica que se ha establecido con el fin de fortalecer las capacidades nacionales, y se sienten con nosotros para determinar sus necesidades, de manera que las futuras crisis sanitarias puedan abordarse con confianza y claridad.

La respuesta a la pandemia ofrece nuevas lecciones para orientar nuestros esfuerzos por construir sistemas sanitarios resilientes al clima y apoyar un acceso equitativo a las tecnologías médicas necesarias para la adaptación al cambio climático.  Aunque el proteccionismo instintivo tal vez fuera una respuesta comprensible a la crisis, los obstáculos al funcionamiento de las cadenas de suministro resultaron contraproducentes e impidieron unos resultados sostenibles en materia de salud. Mantener las cadenas de suministro de material médico abiertas y funcionando sin problemas fue un elemento esencial de la equidad mundial a corto plazo y de la resiliencia a largo plazo.  Nos dimos cuenta de la importancia de trabajar en todos los ámbitos de políticas: no importaba si tenías dinero para comprar vacunas, si las restricciones comerciales impedían que las dosis llegaran, o si no podían fabricarse en absoluto. Se nos recordó que, a fin de obtener resultados para las personas, es preciso actuar a escala comunitaria, nacional, regional e internacional.

Los esfuerzos mundiales por reducir los efectos de la crisis climática en la salud deben basarse en lo que hemos aprendido.

Por lo que respecta a nuestras tres organizaciones, este programa de cooperación trilateral nos ayudará a reunir recursos y combinar conocimientos para ofrecer pruebas, análisis y perspectivas sobre respuestas integrales. Espero que siga siendo un ejemplo de cómo puede funcionar la colaboración entre diferentes ámbitos de política. A nivel operativo, aliento a los Gobiernos de los países en desarrollo a trabajar con nuestras tres organizaciones para aplicar este enfoque coordinado a las estrategias de innovación, acceso y contratación de cara a los desafíos actuales y futuros en el ámbito de la salud.

Mi objetivo para el simposio de hoy es que salgamos de aquí con una idea más clara de la naturaleza de los retos que nos aguardan, pero también con una determinación cada vez más firme de trabajar juntos para empezar a dar las respuestas que necesitaremos.

Todos nosotros, aquí en la OMC, estamos deseando ponernos manos a la obra.

¡Gracias!

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